Hans Flick (Heidelberg, 1965) no es tan joven como Julian Nagelsmann ni tan molón como Jürgen Klopp. Ni siquiera se le vio venir, como sucedió con sus dos relucientes compatriotas, a pesar de tener buena culpa de las excelencias tácticas que exhibió la Alemania campeona de Joachim Löw, a quien acompañó desde 2006 hasta aquel mágico 2014. Cogió a un Bayern dormido y despistado en noviembre, tras el batacazo de Niko Kovac, y convirtió al gigante muniqués en la temible apisonadora que es hoy, capaz de aplastar al Barcelona de Messi (8-2) como si fuera un equipo de otra categoría. Apostar al rojo en esta Champions parece lo más razonable.
En realidad Hans Flick se llama Hans-Dieter. Sin embargo, todos en el Bayern le llaman Hansi desde su etapa como jugador, a finales de los ochenta (104 partidos y cinco goles). Él fue uno de los que lloró en Viena tras ver cómo el Oporto de Futre les birlaba la Copa de Europa de 1987. Flick, un parche de urgencia en noviembre, es hoy el mejor timón posible en Múnich. De hecho, en abril, durante el parón por la pandemia del coronavirus, Rumennigge le entregó las llaves del Bayern hasta 2023. Confianza ciega para un afilado estratega que ha permanecido en el anonimato hasta el otoño pasado. Siempre en la sombra y alejado de la gran pantalla que ahora copa.
Uno de sus secretos ha sido ganarse la confianza de los jugadores con hechos, no sólo con palabras. «Nos hace sentir a todos importantes. Creo que hemos entendido bien su manera de entrenar y de jugar», sostenía Philippe Coutinho, días después de su llegada. El viernes, sobre la hierba del Estadio Da Luz, el brasileño le correspondía con dos goles y una asistencia con aroma a venganza frente al Barça.